jueves, septiembre 08, 2011

Mercadillo de ideas


El mercadillo de ideas es inmenso, infinito incluso. Uno se puede pasear por él tan sólo cinco minutos o toda una vida. En el mercadillo se puede encontrar todo lo que uno puede imaginar. El ruido invade el ambiente, mercaderes que gritan a pleno pulmón sus consignas para atraer a la clientela, al grito de “¡filosofías baratas!”, “¡frases sobre la vida!”, “¡significado del universo!” o “¡la verdad sobre dios!”. La gente se mueve de un sitio a otro, atraídos por el reflejo de alguna idea que ya traían en su cabeza o por el resplandor de lo que parece ser alguna Gran Verdad.

Hay muchos puestos enormes con millones de filosofías baratas amontonadas, en los que se aglutina la multitud removiendo para encontrar una pequeña dosis de felicidad, apartando a un lado y despreciando las ideas que le turban, que no le llenan o que le disgustan. En esos montones si un buscador de ideas es lo suficientemente paciente y crítico como para escarbar y filtrar entre la palabrería simplista y los tópicos vacuos puede llegar a encontrar auténticas joyas enterradas a un módico precio. No es habitual encontrarlas en esos montones, pero ésa es la gracia del mercadillo. Nunca es lo que te esperas.

Hay algunos pequeños puestos escondidos entre el alboroto, con sus ideas expuestas de manera ordenada. Aquí no hay multitud, sino uno o dos visitantes del mercadillo ojeando entre las ideas expuestas, buscando algo que le interese entre conceptos e interpretaciones de filosofía, política, religión o sociedad. Miran las ideas expuestas por encima, asienten con la cabeza con gesto interesado, o muestran muecas de desprecio, como el que toma un trago amargo, al ver superficialmente una idea que no casa con sus conceptos de gourmet del pensamiento.

Hay un pequeño puesto, apenas una mesa bajo un toldo, donde un viejecito con una túnica y la cabeza afeitada sentado en una silla expone una hoja de papel en blanco. Su imagen es la de la paz total y absoluta, con una sonrisa tranquila. La gente que pasa mira el papel, mira al viejo con extrañeza y se marcha a otras cosas. Algunos intentan sonsacarle al viejo de qué se trata, uno exponiendo sus conjeturas, otro preguntando directamente, otro más dándose aires de importancia mientras habla de nihilismo. A todos el viejo les mira, con su sonrisa tranquila y su mirada medio perdida, y les otorga un leve asentimiento con la cabeza. Sonríe, asiente. Sonríe, asiente. Los que intentan indagar se marchan aún más confundidos de lo que empezaron. Sólo un chico se acerca, mira la hoja, mira al viejo y le devuelve una sonrisa igualmente tranquila. El viejo asiente, el chico asiente, y al marcharse el viejo se le queda mirando.

Hay cerca otro puesto que a simple vista parece lo contrario, sumido en un caos aparente. El puesto está decorado con infinidad de colores, con pinturas, con murales. El grupo que lo lleva viste ropas de infinitos colores, llevan sombreros de bufón en la cabeza, con cascabeles en las puntas. Saltan, bailan, cantan, tocan instrumentos musicales nunca vistos antes. En una esquina una chica cuenta cuentos a un grupo de niños que se sientan con las piernas cruzadas alrededor de ella. En otra un chico enseña a un hombre mayor a hacer bailar a una marioneta. En el centro hay un círculo de gente tocando música, riendo. Justo a la entrada dos de ellos invitan a la gente a entrar, a formar parte de la algarabía. Aquí no se exponen ideas, aquí se invita a la gente a crearlas, a dejarse llevar, a volar.

Un poco más allá hay otro puesto que casi parece más un pequeño salón de té. Varios tipos de aspecto pensativo se reúnen a charlar en voz baja alrededor de mesitas bajas, se sientan en sillones acolchados, se mesan las barbas con la mirada perdida. Hablan, discuten, piensan, establecen el límite entre lo que es, lo que no es, lo que significa cada cosa, cada concepto, cada palabra. Muchos de ellos se irritan a ratos al escuchar hablar a otros y marchan impetuosos al lado opuesto del saloncito. Otros intentan establecer su discurso como el único verdadero. Otros aceptan, escuchan, escriben lo que oyen y cuando hablan, lo hacen despacio y pausadamente. En este puesto a la gente de fuera se le mira mal, como si no perteneciesen. Uno se puede quedar parado escuchando a los pensadores desde fuera del saloncito todo el tiempo que quiera, y los pensadores lo agradecen, pero al que osa traspasar la línea y entrar en su círculo, al que se atreve a levantar la palabra contra sus ideas todos ellos, sin importar lo que opinen al respecto, le miran mal.

Hay otro puesto, un tenderete de madera carcomida con unos cuantos libros con los bordes quemados, en el que un viejo decrépito y desdentado mira con ojos maliciosos a todo el que pasa, con una sonriente mueca de permanente desprecio.

Mi puesto favorito siempre fue el más difícil de encontrar. En este no hay ideas, no hay alboroto. Hay semillas. Millones de semillas de todo tipo. Se pueden comprar semillas de ideas al peso y luego cultivarlas y verlas crecer. Muchas de ellas mueren, muchas de ellas resultan ser menos de lo que parecían, pero el esfuerzo, el trabajo y la esperanza puestas en darle forma a esas ideas siempre me llena de emoción. Siempre intento ir a ese puesto, hablar con los otros que van por allí, ver qué semillas han comprado otras veces, conocer cómo las hicieron crecer, dejarme guiar por los clientes o por el dependiente o elegir yo las semillas que me parezcan más interesantes. Y luego cultivarlas, y verlas crecer.

Hay de todo en el mercadillo de ideas, pero hay que saber buscar.

jueves, agosto 18, 2011

Apatía, Antipatía, Patología


Apatía, Antipatía, Patología
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Agosto 2011

-Usted lo que presenta es un cuadro de depresión clínica. Los síntomas están ahí.

-Je. Perdone doctor, no hace falta cobrar tanto para decirme lo que cualquiera sabe. ¿A ver, qué síntomas?

-Desgana generalizada, desinterés por el mundo, una sensación de desapego continuada.

-En otras palabras: Pereza. La vagancia natural a la que ya estoy acostumbrado.

-No, no, esto es mucho más. Es una situación clínica. Como ese sentimiento de tristeza general que no puede achacar a nada.

-¿Cómo que a nada? Le puedo relatar todas y cada una de las causas de mi tristeza. La primera, jugar con la idea de que un cambio inminente en mi vida pueda ser a peor, aunque tal y como están las cosas cualquier cambio sea para mejor. La segunda, el disgusto generalizado por sentirme excluido de una sociedad que parece no conocer los cánones más básicos de la decencia y el respeto, y que parece no entender cómo de fácil es todo el el fondo. Esto ocasiona autorrechazo por pensar que soy yo el que no es capaz de adaptarse al mundo. E incluye la sensación constante de que este planeta y esta especie tienen tantos defectos que es imposible hacer nada por corregirlos. Impotencia, tristeza, desagrado y rechazo hacia el mundo.

-Pero si se fija no ha dicho nada en concreto de las causas personales de su estado de ánimo. Se trata de una situación clínica generalizada, y sólo se puede tratar con unas pastillas. Vaya a ver a mi compañero que le hará las recetas.

-¿Recetas de qué? Si van a drogarme me gustaría saber con qué.

-Es un antidepresivo suave que le evitará a usted este estado de ánimo.

-Pero doctor, ¿Cree que es realmente necesario?

-Es imprescindible para su recuperación. ¿Cómo espera poder ser un miembro productivo de esta sociedad si no mantiene una actitud mental adecuada?

-No veo la necesidad la verdad. A día de hoy sigo realizando mi trabajo y produciendo en la sociedad, sin quejas por parte de mis supervisores. De hecho, más bien lo contrario. No creo que sea necesario drogarme para conseguirlo.

-Usted no lo entiende. Su química cerebral está desestabilizada. Hay que equilibrar su sistema para que pueda usted formar parte coherente de la sociedad.

-Pero doctor, si esto es sólo un mal trago. Acaba pasando y ya, como todos.

-¿Me dice que no tiene esta sensación de manera continuada? ¿Incluso en sus momentos de mayor felicidad?

-Bueno sí, pero..

-¡Sin peros! Queda dictaminado que usted no es un elemento coherente con la sociedad que le rodea. Es incapaz de conformarse, de aceptar la responsabilidad de ser uno más, de encajar dentro del sistema como una rueda más de la máquina. Necesita tratamiento de manera inmediata.

-Doctor espere un momento, ¿me está diciendo que si no acepto las pastillas de forma voluntaria...?

-¡Se le ingresará ipso-facto en una institución para desequilibrados mentales! ¡NO podemos permitir que un elemento se salga de las pautas de lo establecido! Debemos hacer lo necesario para que usted vuelva a ser feliz y productivo, para que vuelva usted a aceptar el lugar que le corresponde.

-Ay madre pa qué vendría yo aquí. En fin doctor, gracias por la charla, creo que es hora de que me vaya...

-¡Usted se queda aquí! ¡Debe formar parte del sistema! ¿A dónde cree que va? ¡No hay escapatoria! ¡No huya! ¡Guardia! ¡Guardia!

Soneto


Soneto
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Agosto 2011

El largo cuello que me atrapa
El dulce líquido que desliza
El trago amargo que amortiza
La última gota que escapa

Otra noche más que bebo
Otra noche más que busco
Otro cigarro de un pedrusco
Más que fumo y más que debo

Mil y un deudas por saldar
Mil caladas y un suspiro
Mil y un copas que tragar

Otra calada y me inspiro
Otra rima que esbozar
Otra deuda, mil y un tiros.

viernes, julio 01, 2011

El marco


El marco
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Julio 2011

Abre los ojos y ahí está, en medio de dos parajes completamente separados. Imagina que es un sueño, no puede concebir que haya un lugar así en el mundo. No puede ser real, no lo es.

A su izquierda se extiende un campo extenso, que por los cortes a pico nevado de un lejano horizonte parece estar en un valle. Si es así, es un valle inmenso. A su izquierda hay hierba verde hasta donde alcanza la vista. No hay nubes, pero la hierba conserva la humedad reciente tras la lluvia. O tal vez tras el amanecer. Se siente como amanecer pero es imposible saberlo, porque en el basto azul sin mancha no hay sol. Algún que otro matorral crece, algún que otro arbusto, y casi donde ya se pierde la visibilidad hay árboles que paulatinamente se juntan para formar un inmenso bosque. Siente la tentación de echar a correr, riendo sólo por la hierba, descalzo, sintiendo la humedad, y entonces ve algo más adelante, lejos de él pero cerca de la línea imaginaria que separa los dos parajes: un pozo. Entre dos matorrales, a la izquierda de la línea, un pozo. Quiere acercarse a mirar, pero en un segundito, antes quiere ver qué hay al otro lado.

A su derecha un océano de arena, salpicado por rocas y rodeado por una lejana hilera de montañas. A lo lejos las rocas empiezan a poblar más y más el desierto, hasta que al fondo parece empezar a crecer un complejo de cañones y agujas que algún día tuvieron que ser la base de un lago de infinitos islotes. Antes de llegar a los cañones hay una pequeña mancha verde que parece haber resistido impune lo que el resto del paisaje no pudo. Sin embargo no parece sentir calor en la parte de su cuerpo que aún reside ahí, y el cielo tiene una extraña tonalidad rojiza. La temperatura sugiere que ha habido calor ya, que el espacio ha sido caldeado por horas antes de que él lo viese, le invita a un rato agradable de tranquilidad mientras se adentra en el resguardo de la cueva formada por alguna de las rocas del desierto. Algo le sugiere paz y tranquilidad.

Sigue las montañas y se unen con el otro paisaje, parece que sí es un valle, con dos demarcaciones diferentes. A lo lejos, al final de la línea que separa hierba y arena, parece haber otra línea vertical que divide en dos las montañas, dándoles aspectos diferentes. A un lado rocosas y áridas, al otro boscosas y de nevados picos, con apenas una línea de separación entre ambas. Sigue esa línea de separación y se da cuenta de que no termina, de que le hace girar la cabeza hacia arriba hasta que se da cuenta de que mira al cielo, de que tiene que dar media vuelta para seguir al otro lado y ver cómo vuelve a dividr las montañas, esta vez desierto a la izquierda y picos nevados a la derecha.

En lo que antes era detrás de él, a cierta distancia siguiendo el ecuador en que estaba y ligeramente desplazadas a la izquierda dos rocas ocultan pobremente un pozo. Ahora frunce el ceño. Este segundo pozo le tienta tanto como el primero, y siente el dilema de no saber decidir cual prefiere.

Cierra los ojos, y sin contar las vueltas empieza a girar una y otra y otra vez. Cuando la confusión ya le puede los abre de nuevo, se tambalea. Está en la dirección a la que miraba originalmente, prado a la izquierda, desierto a la derecha, matorrales adelante. Con el equilibrio más o menos estabilizado le dice a sus piernas que echen a andar, pero siguiendo la línea. La mezcla de sensaciones le está gustando. Sentir por un lado el frescor de la noche que llega calmando el árido calor del desierto y por el otro el calor de la mañana borrando la gélida noche que se va. La confusión que esto le crea a sus terminaciones nerviosas le hace sentir extrañamente vivo.

Cuando por fin llega a la altura del pozo decide que ya es hora de entrar. Se da cuenta de que le han parecido horas andando que han pasado en un instante. El cielo no ha cambiado en ninguno de los dos lados, sigue rojizo hasta la línea, y azul brillante al otro lado. Se gira hacia el azul y se acerca al pozo.

Oye una voz, viene del pozo. Pero está seguro de que no por el aire, tan sólo suena en su cabeza. La voz le dice que salte, que así entenderá lo que comprende este paisaje, lo que implica, lo que significa. Lo verá de lejos y de cerca, admirará todos sus detalles. Salta, le dice. Éste es el camino.

Mira en el pozo pero sólo ve negrura. No hay que tener miedo, se repite, pero no puede evitar sentir la punzada. Incluso aceptando que no puede ser real, se hace imposible no sentirlo como tal. Se complica cuando entra en juego su instinto de supervivencia. Pero consigue acallarlo lo suficiente para saltar dentro del pozo.

Y empieza a caer, rodeado tan sólo de negrura, sintiendo la aceleración, un aire húmedo que asciende hacia él, le frena, le golpea, le acaricia. En la caída roza alguna vez las paredes, siente un rasguño en el brazo, un golpe en la rodilla, una contusión en el cráneo, un golpe en la sien. Siente el dolor, pero el frío aire que sube lo apacigua. Siente la cálida humedad de la sangre resbalando desde su sien a su mejilla, bajando por su nuca, recorriendo su brazo, pero el aire la seca y la envía hacia arriba mientras él permanece estático en el túnel de oscuridad. Son las paredes las que se mueven, y el vertiginoso viento de la caída lo que le cura las heridas.

Al poco vuelve a ver la luz, debajo de él, acercándose y creciendo. El pequeño punto crece inesperadamente rápido, no quiere abandonar aún el abrazo de la negrura pero sabe que no queda otra. Al salir por la apertura inferior del pozo ve que la luz viene de una composición extraña, un círculo, la mitad verde y la mitad amarillo, con una línea que los separa, y dos arcos partiendo de la línea diametral, uno blanco rodeando al verde y otro marrón bordeando el amarillo. Mientras se acerca empiezan a distinguirse más colores, la gran mancha verde oscuro de un bosque a un lado, puntitos marrones que se acercan y forman las extrañas líneas de cañones en el otro. Ya está demasiado cerca, la línea empieza a ensancharse. Parece que va a estrellarse contra ella a medida que crece, aunque el paisaje de abajo aún parece lejano, pero la atraviesa. Una vez la sobrepasa ya no ve los bordes del círculo, sólo un suelo mitad desierto y mitad prado que se acerca más y más rápido. Y antes de darse cuenta, el suelo se abalanza sobre él. Intenta girar, para caer mirando al cielo rojo-cielo azul. Extiende los brazos y deja que el suelo le atrape. Y cae. Y cierra los ojos. Y muere. Y olvida. Y abre los ojos. Ahí está.

viernes, junio 24, 2011

El reloj


El reloj
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Junio 2011
Pablo mira su reloj.

No sabe por qué, ni siquiera se fija en la hora. Es sólo un acto reflejo, un pequeño remanente de una vida que ya no existe para él. Hace meses, posiblemente años, que su reloj no funciona.

Pero Pablo mira su reloj y se pregunta si es posible desligarse completamente de todo lo que uno ha sido, de lo que ha vivido y aprendido. Se pregunta si se pueden desaprender los hábitos, costumbres, vicios y virtudes de toda una vida en sociedad.

Aquí, en este lugar, el tiempo no significa nada. Aquí, en este lugar, no aplican convenciones ni reglas conocidas. Pero Pablo mira su reloj, y se plantea cambiarle la esfera para que en lugar de números sus agujas apunten a ideas, a estados de ánimo, a momentos de perfección que duran un microsegundo pero que dejan un sabor dulzón en su cerebro que dura una eternidad. Si ese reloj sirviese para algo, allí donde está, sería para indicar el progreso de su mente.

El reloj no funciona, no hay modo de darle cuerda o batería. No tiene un tic-tac que marque el ritmo a seguir. No le ata a un flujo de acciones predeterminadas. Pablo podría moverlo a su antojo, con su nueva esfera, de modo que el reloj marque en cada momento lo que debe marcar, lo que realmente significa. Su reloj podría marcar lo que él quisiera.

Pablo vuelve a mirar el reloj, y sonríe.

miércoles, junio 08, 2011

Propiedad privada


Propiedad privada
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2010
“¡Quieto parao! ¡Estás en propiedad privada!”

Detuve mi caballo y miré abajo, al negro agujero del cañón de una escopeta de caza que intentaba apuntar a mi pecho entre los temblores de la anciana mano que la sujetaba. Siguiendo la longitud del cañón me encontré con una cara curtida, desgastada, cascada por el viento y el sol del campo, de la que asomaban unos brillantes ojos azules que me miraban con aire de sospecha e intriga.

“Amigo” dije “Ya no existe eso que llamas propiedad privada. ¿Cuánto hace que no vas al pueblo?”

Bajó el cañón y ahí se quedó, estupefacto, con la mirada fija en el culo de mi caballo.

martes, junio 07, 2011

Charlando con el coronel


Charlando con el coronel
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2010

-No entiendo cómo puede seguir viviendo aquí, coronel.

-Qué no entiendes. Llevo toda la vida viviendo aquí, ha sido el único sitio fijo que he tenido de todos por los que he pasado. Los jóvenes como tú tenéis ese problema. Nunca habéis vivido la disciplina. Nunca habéis buscado raíces. Os lo dieron todo hecho y ahora no sois más que una panda de desarraigados, desagradecidos, que nunca valoraron la facilidad de su vida.

-Es por esa amabilidad característica suya por lo que no habla ya con su hijo. ¿Nunca lo ha pensado?

-No me hables de él. Él nunca escucha. Tú serás un desgraciado pero al menos me escuchas.

-Le escucho pero no le hago caso, coronel. Lo sabe usted bien. No se puede uno pasar la vida juzgando a los demás de acuerdo con los estándares de tiempos ya pasados.

-Lo que no se puede es vivir sin un credo, sin una base, sin estabilidad, sin un anclaje familiar. Al menos yo sé dónde estoy, quién soy y cuál es mi lugar en este mundo. Esta casa, antigua y olvidada, como yo. Mi tiempo ya pasó y sólo queda esperar el frío abrazo de la muerte. Tú, sin embargo, desperdicias tu vida completamente. Estás completamente perdido, sólo vives por el sabor del alcohol y el abrazo de cualquier mujer que se cruce en tu camino. Y para colmo, ni siquiera eres capaz de amarlas como es debido. Te amas demasiado a ti mismo, a tu independencia.

-Las cosas no siempre son lo que parecen,coronel. No tengo esa garantía de estar siempre en lo cierto y que el resto del mundo se equivoque, se tenga que adaptar a mi visión.

-Bah, déjame. Soy viejo, juzgar al mundo con mis ojos es todo lo que me queda. He vivido lo que tenía, he tenido a mi familia y, aunque sólo me quede un hijo que ni siquiera quiere verme y el recuerdo de una esposa que me amó y respetó tanto como yo a ella, sé que mi hijo será un buen hombre.

-Tal vez debería decirle eso a él. Antes de que se acabe su tiempo.

-Si se lo dijera, se lo creería. Se acomodaría.

-Y si no se lo dice, cargará con la culpabilidad de no haber cumplido con las expectativas de su padre durante toda su vida.

-Todos tenemos nuestra cruz.

-Como usted diga, coronel. Yo por mi parte, tengo que marcharme ya. Me espera el sabor del alcohol y el abrazo de la primera mujer que me cruce. Siempre que no sea esa enfermera de la verruga.

-Lárgate ya, maldito.

lunes, junio 06, 2011

Berlín


Berlín
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Noviembre 2010
¿Qué coño hago yo en Berlín?
“Si lo supiera, todo sería más fácil”.Creo que no hay frase más desgastada que ésta.
Pero al bajar del avión se unen esas sensaciones, esas preguntas tan quemadas y repetidas. Al recapitular las respuestas aparecen en la palma de la mano, pero para verlas hace falta serenidad, y esta amiga tiende a escabullirse con facilidad.
La pregunta viene acompañada de un suspiro, y el suspiro de una carcajada resonando en mi cabeza: ¿Qué coño hago yo en Berlín? No lo sé, pero voy a averiguarlo.

En el TXL hay una chica enfrascada en su móvil. Toda una generación así. Me recuerda un poco a la imagen que tuve en su día de Berlín. Desnuda, acostada en mi cama. Podría pasar, pero sé que no. Hay cosas que es mejor dejar enterradas. De todas formas es inevitable ver sus ojos, su sonrisa, sus curvas en cada chica que me cruzo. Es Berlín, era inevitable pensar en ella.

Puede que por eso viniera aquí, para cicatrizar ese algo. Para desmitificarlo. Un paseo por Friedrichschain con algo de comer ayuda, y con una cerveza aún más.

Así que entro en un bar. Un bar heavy. Videos de Cristo y blasfemias varias que hacen que me ría de todo el que se las cree demasiado. Crucifijos invertidos, maquillaje, merchandising, imagen, mierdas varias. Otros van a la Iglesia.

La chica de la barra se fija entre mis ojos. Respira Berlín Este. Pelo corto, negro, mechas moradas, dos mechones a pico rodeando una nuca desnuda con un tatuaje de una estrella. Invita a una historia, a una aventura, a una experiencia por vivir.


Despierto sudoroso e intento reconocer el techo. Miro el reloj. Las 5 de la mañana. Perdón, las 4. Miro las sábanas, las cortinas, las paredes. Miro una estantería llena de libros que no conozco en un idioma que por familiar que me resulte no es más que un trabalenguas para mí. Hay una suave luz roja, viene desde una lamparita en la mesilla de noche cubierta por un pañuelo. A mi lado la figura delgada, cubierta hasta la cintura, espalda tatuada vuelta hacia mí. Estudio los tatuajes un segundo, los esbozo con mis dedos sin llegar a tocarla, y mi mirada se pierde en la curva de su cintura, sigue su contorno hasta un mechón de pelo y descubre una nuca con una estrella dibujada.

Y qué coño hago yo en Berlín...

Queriendo evitarle la incomodidad de amanecer con un extraño me visto sin hacer ruido y me marcho del piso. Grandes aventuras, puede, pero dura el mal sabor de boca que me dejó esta ciudad antes de conocerla.

En el camino al hotel sólo puedo sonreír. Respirar, sonreír, fumar. No es el THC. No son las endorfinas. Es un aire de esta ciudad. Es la chica que pasa sonriente en su bicicleta. Es la relajación de las terrazas y los cafés, de las conversaciones entre grupos de amigos sonando de fondo. Es respirar la vida de Berlín.

Durante todo el día me dedico a recorrer la ciudad, a caminar de un lado a otro empapándome de todo lo que me rodea. En mi cerebro bombean ideas nuevas a cada paso, tantas que se convierten en inteligibles, son sólo voces de fondo diciendo un millar de cosas a la vez mientras paseo, relajado y tranquilo y dejando que fluyan. Después de más de diez horas caminando, parando sólo para comer algo, vuelvo al hotel. Después de lo que parece un millón de pasos y un billón de ideas.

Un amigo solía decirme: “Quien no sabe estar sólo es porque no sabe estar consigo mismo.” Siempre me acostumbré a la soledad, y estar conmigo mismo, aunque resulte a veces cansado, aunque en rachas se vuelva excesivo, siempre fue un bien necesario para mí. En este momento, es la paz necesaria, es claridad mental. Es salir de un ambiente donde rodeado de gente nunca estoy a gusto, y verme en otro lugar donde apenas conozco a nadie y nadie me conoce, donde sólo estoy yo. Cinco días, un bien necesario.

Ya llegarán los tiempos de echar en falta el contacto humano. Ya llegará el momento de buscar a alguien con quien compartir mis ideas. Ya llegarán otros momentos para pensar que, a pesar de todo, hay algo bueno en las personas. De momento me conformo con ver algo bueno en el mundo.

lunes, mayo 30, 2011

Transitoriedad

"La felicidad es efímera, es un estado transitorio."
Eduard Punset, El viaje a la felicidad
No sólo la felicidad, todo es transitorio.

Todo lo que experimentamos, todo lo que tocamos, sentimos y vivimos durante el periodo de uso de nuestra consciencia conocido como vida.

Sin embargo, pasamos la vida buscando una constante. Algo que nos defina. Algo a lo que aferrarse ante el caos de un universo sin control.

Para cada uno esta constante es algo diferente, aunque hay patrones que se repiten.No son todos los casos, pero como ejemplos nos valen estos dos:

Algunos establecen la constante de su vida como su propia existencia. El hecho de que esté vivo, de que piense, de que sienta, es el hecho de que soy real. Son los nómadas.

Otros buscan una relación interpersonal para establecer esa constante. Buscan en otras personas un reflejo de su propia realidad: La existencia propia vista como hecho de la observación ajena. Si alguien sabe que existo, que soy, si alguien entiende la materia que me compone, esto significa que soy real. Aceptan el sedentarismo.

Los que se definen en el primer grupo suelen dar un perfil más aventurero, más emprendedor, más desorganizado. Tienen la necesidad de experimentar cosas nuevas cada día, de verlo todo con nuevos ojos, de vivir al momento. Se liberan de pasado y futuro hasta cierto punto, viven con la noción de libertad que supone desligarse de todo lo real, tienen la percepción de que para ellos no hay una constante fuera de sí mismos. Al final, esa búsqueda de nuevas experiencias, esa sensación de libertad se convierte en un amago de constante.

Pero es inevitable para cualquiera de nosotros huir de manera absoluta de la colección de sinsentidos que los representa, hablo del pasado y del futuro.

El futuro no es más que el conjunto de planes absurdos para buscar o mantener esa constante que estabilice la idea en nuestra cabeza de existencia. Pero es una imágen efímera, una visión falsa y un proyecto que no tiene por qué ser real, que fluctúa y cambia gracias a factores sobre los que no tenemos control.

El pasado no son más que recolecciones de un universo incomprensible para nosotros, obtenidas mediante una percepción imperfecta, almacenadas en una memoria que no sabe distinguir entre realidad y ficción. 

Y, sin embargo, nos aferramos a ellos. A nuestros planes, a nuestros recuerdos. Hasta el nómada cuestiona sus acciones, lamenta sus errores, saborea sus victorias pasadas.

Ambos grupos se recrean en ellas, buscando la definición de si mismos en lo hasta ahora vivido, buscando destinos que continúen definiéndoles.

Pero todo es transitorio. Nuestros recuerdos de una época feliz en un momento de depresión se pueden convertir en una auténtica pesadilla si el estado de ánimo no es el adecuado. Nuestros planes se pueden esfumar con el aleteo de una mariposa en Pekín.

Felicidad, tristeza, melancolía, esperanza, miedo son sólo estados pasajeros. Estados que fluyen de uno a otro en ocasiones con una facilidad pasmosa. Estados que a veces parecen interminables pero que, en el fondo, nunca lo son.

Tan sólo hay que dejarlos fluir.

miércoles, enero 26, 2011

Aprendiendo a andar


Levántese de su asiento.
Para esta lección, lo primero a aprender es que no se puede caminar sentado o tumbado. Es necesario estar en pie, mirar a los lados, luego al frente y absorber el mundo tal y como entra por nuestros sentidos.

Aunque la función motora básica a describir requiere el uso de los miembros inferiores, esto no implica que debamos estar prestando constante atención a su comportamiento. Obviamente, si la tarea fuera compleja, la ayuda ocular sería positiva para la ejecución de la misma, pero dada la simplicidad de este primer ejercicio no es necesario. De hecho, el trasfondo de este ejercicio se destina no sólo a aprender a andar. Es necesario alzar la cabeza, es necesario enderezar la espalda, es necesario mirar al frente.

La operativa es simple. Desde su posición actual, sitúe un pie (derecho o izquierdo dependerá completamente de usted) en el suelo delante del otro pie, a la distancia prudencial comúnmente llamada “un paso”. Acto seguido desplace el peso de su cuerpo del pie que se encuentra atrasado hacia el que se encuentra adelantado.

Como comprobará, esto supone un pequeño cambio de perspectiva en su percepción del mundo. El ángulo de visión es ligeramente diferente, y, aunque la distancia es ínfima, también hay una ligera variación en la percepción del sonido. A esto se le llama “dar un paso”.

Para seguir andando simplemente repita la operativa descrita más arriba. No es necesario empezar desde cero, simplemente lleve el pie atrasado a una posición adelantada y vuelva a desplazar el peso. Volverá a cambiar ligeramente la perspectiva, aunque ya nos vamos acostumbrando a eso, ¿no?

El ejercicio consiste en dar unos primeros pasos, seguidos, uno detrás de otro. Poco a poco y disfrutando de cada cambio de perspectiva. Aprendiendo de cada paso.

Sea una palabra, un párrafo o una página, sigue siendo un paso.

domingo, enero 02, 2011

El virus.

Salí corriendo detrás de ella. “¡Natalia espera!” le grité, pero no parecía oírme. A los pocos pasos ya la había perdido y no quedaba ni rastro de ella en la calle. Miré en un pasaje cercano pensando que estaría allí, y por un momento vi su imagen, sentada en el suelo, abrazando sus rodillas, consolándose ella sola por el trauma que acabábamos de recibir. Pero fue sólo un fragmento de mi imaginación.

Miré el arañazo en mi muñeca, junto al reloj, e inmediatamente supe que todo cambiaría. Que ese arañazo marcaba un final a cualquier sueño y esperanza de una vida normal que pudiera albergar. Podía haberme quedado con la esperanza de que un test resultase negativo pero no confiaba en ello. Este nuevo virus nunca había perdonado antes.

Natalia sólo había querido ayudar. Había estado impartiendo ese curso durante unos meses, intentando ayudar a gente sin medios. Y cuando todo acabó quiso ir allí un día, a dejar por el centro material y libros con los que pudieran trabajar. Eran cosas que le sobraban, que no le hacían falta. Siempre fue capaz de desprenderse de cualquier cosa por echar una mano.

Me pregunto si seguirá siendo así después de haber tenido en su boca el cañón de una pistola empuñada por un chaval de no más de 14 años.

Yo iba a acompañarla, a ayudarle a cargar con todo hasta el centro. No estaba situado en un mal barrio, pero toda esa manzana estaba comunicada por sótanos. Para intentar acortar camino preguntamos en una cafetería cercana si podíamos ir a través de su sótano, y sin hacernos mucho caso nos señalaron una escalera cercana. Al bajar sólo había una puerta.

Los sótanos eran espaciosos, iluminados por fluorescentes como un garaje. No se veía nadie cerca. Tan pronto como nos adentramos comenzaron a salir. Todos ellos tenían rasgos en común. Los ojos hundidos, moratones por el cuerpo. Evidentemente estos sótanos eran un refugio para drogadictos.

Ellos fueron los primeros en caer cuando surgió este virus. Todos ellos víctimas del mismo. Bajar por aquí había sido mala idea, muy mala idea. Natalia empezó a andar hacia atrás, de vuelta a la puerta. Pero nos rodeaban por todas partes. Por suerte, el efecto de la heroína en su sistema estaba aún presente, ralentizando el estado natural violento que provocaba el virus. Vi cómo se acercaba a mí una chica, rubia, demacrada, destrozada por las drogas. Cogió mi muñeca e intentó agarrar mi reloj. Su otra mano aún sostenía una jeringuilla, me solté como pude, pero ese arañazo que ahora me sentencia fue inevitable.

Me giré como pude y vi a Natalia, de rodillas en el suelo, llorando, con el cañón de la pistola en su boca. No era más que un chaval. El pelo tapaba sus ojos pero sabía lo que habría en ellos, el fuego rojo de la violencia, el virus reclamando sangre. Empujé a la chica que me había arañado y cayó al suelo, y en ese momento el chaval se giró a mirarme. Natalia aprovechó para atravesar la puerta y salir corriendo a la superficie.

Los libros y materiales para el centro quedaron abandonados en ese sótano. Salí corriendo detrás de ella. Nadie intentó detenernos. Nadie sabía. O a nadie le importaba.