sábado, agosto 04, 2012

Ver a alguien morir es aburrido.

Pasar horas sentado al lado de una cama de hospital, esperando que pase lo inevitable, es aburrido.

Lo que ves ya no es una persona. Es un cascarón vacío de la persona que solía ser. Un cáncer que se detecta tarde es una sentencia de muerte, ya sólo es cuestión de tiempo.

Dicen los que lo han vivido en familiares, los médicos, los expertos, que es una cuestión de actitud. Los tratamientos y demás funcionan en la medida en la que tú luchas porque funcionen. Siendo realistas, diría que un páncreas ya contaminado por completo, un hígado a punto de ser obliterado y posiblemente una columna infectada no dan cabida a mucha actitud.

De todas formas él no se lo tomó bien en ningún momento. Llevaba más de un mes siendo un muerto en vida. Sin salir de la cama, sin querer comer apenas. Sin ganas de luchar. Pero ahora es aún más evidente.

Pasa las horas en un estado de duermevela constante. De cuando en cuando abre los ojos, y parece por un segundo ganar consciencia de quién es, de dónde está. Pero tan rápido como viene se va. Repite “No, no” una y otra vez. Se queja de dolores por momentos. Emite gruñidos y toses mientras sus órganos van poco a poco dejando de funcionar, mientras las infecciones toman el control de su último viaje.

Por un momento pienso si no sería más misericordioso coger la almohada y plantarla en su cara, apretar fuerte, dejar que la última gota de vida a la que inútilmente se aferra desaparezca por siempre. Ganar el odio de todos por un único acto de piedad.

Ese es tu monstruo de hijo.

Después de un ataque de tos abre los ojos y vuelve al mundo por un momento. Me mira, no me reconoce. Sonrío lo más tiernamente que puedo y le pregunto “¿Qué tal?” Pide agua, le doy un buche y vuelve a su duermevela. Quédate con esa imagen, padre, no veas al monstruo de tu hijo.

A veces habla solo, en sueños delirantes. Me pregunto con quién habla. Me pregunto qué le dirán sus fantasmas. Carga con las culpas de toda una vida, pero su única gran culpa según dijo hace años soy yo, tan sólo por no creer en su dios. Haber pasado toda una vida fallando expectativas ayuda, claro, pero al final del camino estoy donde quería él salvo por un detalle: su dios no es mi dios.

Su gran decepción, a su lado en la última cama que seguramente conocerá, en una amplia y vacía habitación de hospital. A qué esperas para morir, me pregunto. Ya no eres nada más que un cascarón de tu persona, ni siquiera consciente, ni siquiera capaz de reaccionar a lo que te dicen. Demasiado orgulloso para comer con ayuda, demasiado cabezón para dejar que te cuiden tu mujer o tus otras hijas. Reaccionando como un niño pequeño cuando acercan la cuchara de papilla a tu desdentada boca.

Que hago yo aquí. Soy su decepción, verme a mí no le va a dar paz ni tranquilidad a un cuerpo tembloroso e inconsciente. No ha estado vivo desde hace ya semanas, rechazando la posibilidad de lucha. Muriendo poco a poco. Alejando a su familia de su lado cuando se acercan a confortarte en el dolor. ¿Vale la pena aferrarse a la no-vida?

Ese cascarón ya no eres tú, y no siento apego ninguno por él. Verlo desvanecerse poco a poco es aburrido. Date prisa. Apaga del todo la llama. Acabemos con el trámite.