miércoles, septiembre 09, 2009

Bien hecho Donald

Paseo por la ciudad. El sitio me es familiar, pero a la vez nuevo y desconocido. Estoy explorando, navegando por sus calles de manera aleatoria, guiándome por el instinto. los reflejos del sol en el mar anuncian un anochecer dorado, el olor del mar impregna el ambiente. Las calles estrechas, antiguas, de adoquines desgastados me hablan desde las suelas de mis zapatos. Epoca colonial, un paraiso perdido de ambiente semitropical. La gente, la vida me rodea a cada paso que doy. Turistas, familias, desconocidos y extraños que disfrutan de una tarde tranquila de fin de semana.

La luz del sol baña lo que puede, es evidente que pronto desaparecerá dejando paso a la noche. Los edificios bajos entre la calle y el mar me impiden ver la magnitud de la paz y tranquilidad del sitio. No tardo en encontrar una escalera cercana, que lleva a la parte alta del malecón donde parece estar situada la calle. Subo a respirar algo de soledad, la gente pasea abajo continuando su descanso en la calle. Arriba encuentro un horizonte infinito de oro líquido, el sol se acerca al mar tentando, insinuando la noche, su reflejo no me permite ver más que oro en todas direcciones. Hay parterres repletos de vegetación en el murete de cemento que da al mar, discontinuados con barras de hierro para permitir la cercanía al océano.

Arriba tengo un breve contacto con mi familia. Mi sobrino corre, explora, bajo la mirada de su padre. Me señala un pájaro que vuela bajo y se posa a nuestro lado, me enseña un insecto que encuentra, que me deja una picadura negra antes de desaparecer. Su padre le acompaña, y también su abuela, mi madre. todos ríen relajados y felices.

El sol ya ha caido y estoy en casa de una chica. No sé su nombre, aunque la conozco. Estamos con su novio y su familia. Son agradables conmigo. Cenamos y preparamos la exploración nocturna del malecón. En la calle esperan otros amigos de ella. No los conozco, no sé sus nombres. Me dan cierta envidia porque todos parecen haber encontrado una versión de si mismos con la que se sienten cómodos. Parecen aceptar mi presencia como algo cotidiano, no por ser mía sino por la costumbre a presencias ajenas. Nadie me presta especial atención.

Estamos en un bar, una terraza y luego dentro, aunque no hemos tomado nada aún. La chica menciona que es el bar favorito del lugar. Es un sitio especial, jóven, repleto de gente despreocupada que disfruta de su noche. Aquí no vienen a emborracharse y desahogar con locuras la rutina de la semana, el bar es simplemente parte de sus vidas, sus familias, y lo viven como tal. Vamos hacia dentro, a la barra. Hay poca luz, pero suficiente para distinguir a rostros y personas. El sitio parece tener cierta ambientación gótica, pero sin llegar a exagerar. Hay gente de todo tipo aquí dentro, de corte ligeramente alternativo y cultureta. En el camino hacia aquí he tenido la impresión de que son algo laxos con ciertos usos en el bar, en esta ciudad en general. Nadie ve mal un poco de hachís o algo de marihuana.

Ellos piden algo, no se qué, no escucho el nombre ni lo ví por ninguna parte. Parece ser el especial. Es una bebida dulce, fuerte, acompañada de azúcar únicamente. La gente con la que vine está en la mesa, sólo falto yo por pedir. Enfrascado en una conversación con el camarero, con quien hablo de sitios que hemos visitado, de costumbres que se siguen, de estilos de vida y formas de diversión. Sale de la barra y me enseña el bar. Me habla, me convence, me cae bien. Hay una librería antigua de madera en una pared. En ella hay libros, unos de ficción, otros de historia e incluso algunos cómics deteriorados con hojas sueltas en un estante bajo. Todos comparten algo en común, en todos leo el nombre Thyr(Tyr) en un lateral.

Llega la hora de beber, y así me lo hace saber mi amigo, el camarero. Me sugiere Khalua, y no me llama. Me sugiere Bombay, y sí me llama, pero beber directamente ginebra con cola o tónica parece poco apropiado. Al final decido dejarle a él tomar la decisión. Nos llevamos bien, y ese especial que preparan aquí parece ser un foco de tranquilidad. En la barra, entre toda la gente, hay dos chicas, una con traje rojo y otra con traje negro. Son muy guapas, hablan y rien por lo bajo y me miran a mí y al camarero en su paciente espera por una bebida. Suena Show me how to live. La del traje negro empieza a reir, una risa algo cascada, nasal, muy curiosa. La otra sonrie y dice simplemente "Bien hecho Donald". No sé si se refiere a mí o al camarero. Le miro y veo una copa de cuello bajo, ancha, de las que se usan para servir cerveza a veces, medio rellena con un licor marrón y lo que parece ser azúcar al fondo. Alargo la mano para cogerla pero mi amigo la aparta de mí y niega con la cabeza. Me señala la barra junto a mí con la mirada. Sigo la dirección para encontrarme con un vaso de chupito con un líquido transparente, una rodaja verdosa de lima y un salero. Dudo un segundo por el miedo a mis reacciones con el tequila pero acto seguido preparo la sal, cojo la lima y...

Y de pronto son las tres de la mañana. Estoy despierto en plena noche. Dentro de unas horas vuelta al trabajo. Y sólo me queda el recuerdo de un chupito de tequila que no tomé, el eco de una risa cascada, y un tema de Audioslave.