jueves, julio 20, 2006

On the road.

Hacía años que no recordaba otra cosa. El sabor de la buena comida, el calor de un hogar, todo eso quedó atrás hacía tiempo. La libertad proporcionada por la carretera, las drogas, el rock y las armas había eclipsado todo un espectro sensorial. El tiempo fluía como un ente extraño, permanecían fuera de él. Cada milla suplantaba las horas, los días, los meses. Sonrió. El tiempo es cosa de la civilización, otro ente extraño al que volvían de vez en cuando por necesidad, para abandonarlo de nuevo con el sonido estridente de las sirenas policiales ligeramente camuflado por la radio del coche. A partir de ahí todo era carretera y más carretera, flotar a la deriva durante días y días por los ríos de asfalto que formaban las arterias de los Estados Unidos de América.


Giró el retrovisor para verla. Su rostro dormido, descansado sobre el regazo de Billy. Que por supuesto no se llamaba Billy, pero, ¿qué importaba? Esta era su nueva vida. Durante meses Billy había sido Billy. Billy The Kid. Un nudo en su garganta al recordar el momento en que se conocieron, en el que Billy se unió a su aventura. Antes éramos dos locos enamorados viviendo una aventura, desconectando del mundo que conocimos. A cualquier lugar. Por todo el mundo. No importa nadie, sólo tú y yo. Y, de pronto, Billy. Por supuesto, había aparentado tomárselo bien, pero le quemaba las entrañas, verla acurrucarse junto a Billy, dormir en su regazo, reir y reir tirada sobre la hierba mientras Billy la llevaba volando a mundos azules, verdes, rojos y blancos con un sólo golpe cerebral de cualquier sustancia estupefaciente. Él también consumía, claro. Pero no era lo mismo. No compartía su viaje. El sólo veía un mundo negro, lleno de nada en absoluto. Por eso no permitía que su consciencia volara demasiado. Por eso mantenía su silencio al conducir, mientras ellos bromeaban y reían en el asiento trasero.

Miró al frente. El camino seguía y seguía hasta perderse, entre campos y campos de trigo que se elevaban por encima del coche. La guitarra de Ritchie Blackmore mantenía su mente tranquila, cantaba para él. Sobre la libertad, siempre sobre la libertad. ¿Soy realmente libre? Fuera. No me atormentes. No te atormentes. A no pensar. A conducir, a vivir, a viajar. NO. No más. Sé libre. Frenó en seco el coche, abrió la puerta y respiró profundamente. Acto seguido tomó las llaves en su mano y las lanzó lejos, abrió el maletero, tomando so mochila y un Colt .45 de cañon corto. Oía la voz enojada de Billy, amortiguada por el sonido de una nueva canción en la radio. Skynyrd. Free Bird. Sé libre, cómo un pájaro. Echó a andar entre el trigo, escuchando los gritos de furia de Billy, y sintiendo el calor de la mirada de ella en su espalda. Y recordó, el comienzo de Free Bird. “If i leave here tomorrow, would you still remember me?” Tendremos que comprobarlo hoy. Se acabó.