lunes, mayo 30, 2011

Transitoriedad

"La felicidad es efímera, es un estado transitorio."
Eduard Punset, El viaje a la felicidad
No sólo la felicidad, todo es transitorio.

Todo lo que experimentamos, todo lo que tocamos, sentimos y vivimos durante el periodo de uso de nuestra consciencia conocido como vida.

Sin embargo, pasamos la vida buscando una constante. Algo que nos defina. Algo a lo que aferrarse ante el caos de un universo sin control.

Para cada uno esta constante es algo diferente, aunque hay patrones que se repiten.No son todos los casos, pero como ejemplos nos valen estos dos:

Algunos establecen la constante de su vida como su propia existencia. El hecho de que esté vivo, de que piense, de que sienta, es el hecho de que soy real. Son los nómadas.

Otros buscan una relación interpersonal para establecer esa constante. Buscan en otras personas un reflejo de su propia realidad: La existencia propia vista como hecho de la observación ajena. Si alguien sabe que existo, que soy, si alguien entiende la materia que me compone, esto significa que soy real. Aceptan el sedentarismo.

Los que se definen en el primer grupo suelen dar un perfil más aventurero, más emprendedor, más desorganizado. Tienen la necesidad de experimentar cosas nuevas cada día, de verlo todo con nuevos ojos, de vivir al momento. Se liberan de pasado y futuro hasta cierto punto, viven con la noción de libertad que supone desligarse de todo lo real, tienen la percepción de que para ellos no hay una constante fuera de sí mismos. Al final, esa búsqueda de nuevas experiencias, esa sensación de libertad se convierte en un amago de constante.

Pero es inevitable para cualquiera de nosotros huir de manera absoluta de la colección de sinsentidos que los representa, hablo del pasado y del futuro.

El futuro no es más que el conjunto de planes absurdos para buscar o mantener esa constante que estabilice la idea en nuestra cabeza de existencia. Pero es una imágen efímera, una visión falsa y un proyecto que no tiene por qué ser real, que fluctúa y cambia gracias a factores sobre los que no tenemos control.

El pasado no son más que recolecciones de un universo incomprensible para nosotros, obtenidas mediante una percepción imperfecta, almacenadas en una memoria que no sabe distinguir entre realidad y ficción. 

Y, sin embargo, nos aferramos a ellos. A nuestros planes, a nuestros recuerdos. Hasta el nómada cuestiona sus acciones, lamenta sus errores, saborea sus victorias pasadas.

Ambos grupos se recrean en ellas, buscando la definición de si mismos en lo hasta ahora vivido, buscando destinos que continúen definiéndoles.

Pero todo es transitorio. Nuestros recuerdos de una época feliz en un momento de depresión se pueden convertir en una auténtica pesadilla si el estado de ánimo no es el adecuado. Nuestros planes se pueden esfumar con el aleteo de una mariposa en Pekín.

Felicidad, tristeza, melancolía, esperanza, miedo son sólo estados pasajeros. Estados que fluyen de uno a otro en ocasiones con una facilidad pasmosa. Estados que a veces parecen interminables pero que, en el fondo, nunca lo son.

Tan sólo hay que dejarlos fluir.