lunes, diciembre 24, 2012

Toc Toc.

Toc toc

Retumba una puerta en el fondo de mi cabeza.
Me asomo a abrir.

-Hola. ¿Qué tal? Venía a traerle un paquete. Firme aquí por favor.

Firmo con letras grandes y estilizadas. Nunca he escrito así, pero tampoco voy a firmar de verdad por un paquete que no me corresponde.

-¿Qué hay dentro? -pregunto.

-Sólo un poco de melancolía.

Abro el paquete y caigo dentro de él, hasta su fondo de arena y sal y romper de olas infinito. Brilla un fuerte sol de invierno en esta caja. Tras de mí, una muralla. Al frente, un espigón. A la derecha una cuesta que sube hacia la niebla impenetrable, a la izquierda una roca cuadrada. La roca-barco, la llamábamos hace ya una eternidad.

Una figura sentada en la roca mira hacia las olas. Viste con una sudadera verde y vaqueros, una pequeña mochila de piel a la espalda, larga melena.

Maldita caja de melancolía.

Miro hacia la niebla y de nuevo a la roca. La figura ya ha desaparecido. La niebla se levanta.

Levanto la cabeza y oigo el portazo al cerrar en las narices del pobre mensajero. Tiro la caja lejos, muy lejos. Con ella se va todo, se van todos, se queda la nada. Me acoge, me acaricia y me susurra al oído que todo irá bien. Me conforta, me arrulla y me dice que ya ha pasado.

Ya ha pasado. Ya vuelve la nada.

sábado, agosto 04, 2012

Ver a alguien morir es aburrido.

Pasar horas sentado al lado de una cama de hospital, esperando que pase lo inevitable, es aburrido.

Lo que ves ya no es una persona. Es un cascarón vacío de la persona que solía ser. Un cáncer que se detecta tarde es una sentencia de muerte, ya sólo es cuestión de tiempo.

Dicen los que lo han vivido en familiares, los médicos, los expertos, que es una cuestión de actitud. Los tratamientos y demás funcionan en la medida en la que tú luchas porque funcionen. Siendo realistas, diría que un páncreas ya contaminado por completo, un hígado a punto de ser obliterado y posiblemente una columna infectada no dan cabida a mucha actitud.

De todas formas él no se lo tomó bien en ningún momento. Llevaba más de un mes siendo un muerto en vida. Sin salir de la cama, sin querer comer apenas. Sin ganas de luchar. Pero ahora es aún más evidente.

Pasa las horas en un estado de duermevela constante. De cuando en cuando abre los ojos, y parece por un segundo ganar consciencia de quién es, de dónde está. Pero tan rápido como viene se va. Repite “No, no” una y otra vez. Se queja de dolores por momentos. Emite gruñidos y toses mientras sus órganos van poco a poco dejando de funcionar, mientras las infecciones toman el control de su último viaje.

Por un momento pienso si no sería más misericordioso coger la almohada y plantarla en su cara, apretar fuerte, dejar que la última gota de vida a la que inútilmente se aferra desaparezca por siempre. Ganar el odio de todos por un único acto de piedad.

Ese es tu monstruo de hijo.

Después de un ataque de tos abre los ojos y vuelve al mundo por un momento. Me mira, no me reconoce. Sonrío lo más tiernamente que puedo y le pregunto “¿Qué tal?” Pide agua, le doy un buche y vuelve a su duermevela. Quédate con esa imagen, padre, no veas al monstruo de tu hijo.

A veces habla solo, en sueños delirantes. Me pregunto con quién habla. Me pregunto qué le dirán sus fantasmas. Carga con las culpas de toda una vida, pero su única gran culpa según dijo hace años soy yo, tan sólo por no creer en su dios. Haber pasado toda una vida fallando expectativas ayuda, claro, pero al final del camino estoy donde quería él salvo por un detalle: su dios no es mi dios.

Su gran decepción, a su lado en la última cama que seguramente conocerá, en una amplia y vacía habitación de hospital. A qué esperas para morir, me pregunto. Ya no eres nada más que un cascarón de tu persona, ni siquiera consciente, ni siquiera capaz de reaccionar a lo que te dicen. Demasiado orgulloso para comer con ayuda, demasiado cabezón para dejar que te cuiden tu mujer o tus otras hijas. Reaccionando como un niño pequeño cuando acercan la cuchara de papilla a tu desdentada boca.

Que hago yo aquí. Soy su decepción, verme a mí no le va a dar paz ni tranquilidad a un cuerpo tembloroso e inconsciente. No ha estado vivo desde hace ya semanas, rechazando la posibilidad de lucha. Muriendo poco a poco. Alejando a su familia de su lado cuando se acercan a confortarte en el dolor. ¿Vale la pena aferrarse a la no-vida?

Ese cascarón ya no eres tú, y no siento apego ninguno por él. Verlo desvanecerse poco a poco es aburrido. Date prisa. Apaga del todo la llama. Acabemos con el trámite.

viernes, julio 06, 2012


-Qué te motiva
Qué fuerza te impulsa
A seguir y seguir y seguir. Navega un poco más lejos, un poco más, un poco más
Un susurro de viento me llevaba. Ya no lo escucho
Charcos de barro en el campo. Me gusta jugar con ellos
Salto, me mancho, me enfango. Me revuelco, siento cómo se forma costra marrón
Siento cómo la suciedad me cubre. Me quedo de pie. Espero la lluvia
La lluvia no viene.
Necesito limpiarme, purificarme, y la lluvia no viene
Ando hacia la hierba, me dejo caer, voy rodando al lago, que lleva al rio, que lleva al mar
Y sigo navegando, y por más agua que me rodea, la lluvia no llega
No me limpia, no me purifica
Sigo siendo un cascarón vacío de costra marrón. De barro.

lunes, abril 30, 2012

PUERTA


Escucho las sacudidas de la puerta, el tintineo de las llaves en la cerradura.  Me levanto, voy hacia ella, con miedo. Me mantengo detrás. Miro las llaves. Debería asegurarme de que está cerrado, pero las llaves tiemblan, y temo que al tocarla abra la puerta por accidente.

Pienso que ya he soñado esto antes. ¿Soy consciente de que es un sueño? No sé si lo he soñado, o si en el sueño pienso que ya ha pasado otras veces. Intento discernir algo, alguna identidad a través de la mirilla, pero fuera está oscuro y quien quiera que intenta entrar no está a la vista. Sólo sé que está agachado a la altura de la cerradura y me imprime la sensación de una presencia animal.
 
Intuyo que busca algo en el piso. Lo que busca no tiene que ver conmigo, pero si consigue entrar me matará. No entiendo nada. No hay nada en el piso. No hay nada, sólo mis cosas, algunos cuadros y una urna que quedaban cuando llegué, guardados en un altillo.

Estoy muerto de miedo, sé que si entra va a matarme. Me quedo acurrucado detrás de la puerta. Intento golpearla, pedirle que pare, pero no me sale la voz y mis golpes son muy débiles. Tengo miedo de que me escuche, aunque sabe que estoy aquí, al otro lado. No me atrevo a llamar a nadie. No me atrevo a moverme de detrás de la puerta. No me atrevo a tocarla, ni a tocar las llaves. La puerta retumba con sus intentos por forzarla. Pienso en lo que me va a costar dormir después de esto. Después de despertar de este mal sueño.

Al final despierto, esta vez de verdad, estoy en mi cama. Me quedo algo más tranquilo. Sólo ha sido un sueño. La puerta no ha temblado. Ni ha pasado otras veces. Creo no haberlo soñado otras veces. Sólo sé que la angustia era demasiado real. La impotencia demasiado real. Me queda un regusto extraño. Como si el que intentaba entrar a la fuerza, a fin de cuentas, fuera yo.

jueves, abril 19, 2012

Sara

Sara escuchaba el parloteo de sus amigas de fondo, sin hacer mucho caso. Intentaba centrarse en la conversación telefónica que mantenía un desconocido tres mesas más allá.

    “No, ya te he dicho que no. Ni de coña vuelvo a trabajar con esa diva engreída. Después de la que me montó la última vez.”

    Había algo llamativo en sus facciones. El tío era guapo, aunque tampoco de los que la hacían derretirse normalmente. Era bastante atractivo, con cierto aire interesante.

    “Aitana es perfecta para el papel. El guión le encaja como un guante. Y además, sabe trabajar con la gente. No me compares.”

    A su lado Cris y Sonia seguían parloteando. Comentaban sus éxitos y fracasos en los exámenes. Estos temas a ella ya no le preocupaban. Acababa de terminar, pensaba pasar el verano disfrutando y luego ya se vería.

    “Mira tío, por más que te empeñes sabes que no va a ser. Llama a Tomás si quieres, pero no vas a cambiar las cosas. Ya he hablado yo con él y estamos de acuerdo.”

    Empezaba a pensar en algún viaje. Tal vez sudamérica. Tal vez debía mirar la beca que le había comentado su primo para Nueva Zelanda.

    “Por cierto recuerda que tengo lo de Tokyo la semana que viene. Dejo a Carlos a cargo, aunque estaré pendiente.”

    Sara frunce el ceño por un momento, las casualidades para ella son sólo señales que esperan ser reconocidas. Y este tipo, desde que lo vio sentarse, tenía cierto magnetismo que le llamaba.

    “Pues por eso mismo lo dejo. Alguien tiene que echarte el freno. Mira tío, te manejas de vicio pero tienes que saber cuando parar”

    En los ojos del desconocido intuía contradicciones. Los rodeaba un halo de cansancio, pero brillaban con la intensidad y energía de un niño.

    “A ver, después de que te tirases a su novia, ¿cómo coño quieres que reaccione? Pero él, a diferencia de ti, es competente, él sabe separar el negocio de sus cosas. Si tienes una buena idea, sabrá verlo.”

    ¿Cuantos años tendría? No aparentaba más de 24 o 25. Por su ropa, por su aspecto, parecía un estudiante más tomándose una cervecita en una terraza. La conversación telefónica dejaba evidente que esto no era así.

    “Mira tío voy a colgar. Puedes seguir hablando si quieres.”

    Tan pronto como cuelga el teléfono, el desconocido parece perder toda la energía que tenía en la conversación. Se le ve cansado, y a la vez desahogado. Como si acabase de soltar una gran carga. Se echa las gafas de sol sobre los ojos, enciende un cigarro y se reclina en la silla para disfrutar del sol de primavera de la Alameda.

    Sara siempre fue impulsiva. Siempre se dejó llevar por sus instintos. Con su último año de audiovisuales terminado, sin perspectivas de trabajo próximo, y ahí aparece una oportunidad. No va a dejarla pasar, eso no iría con ella.

    Sara se levanta de su asiento, sus amigas siguen charlando, la miran un segundo pero ya la conocen como para no preguntar. Sólo se miran entre ellas y comparten una sonrisa cómplice. Sara camina hacia la mesa del desconocido, que disfruta tranquilamente de su cigarro, su cerveza y el sol en su piel. Se planta a su lado, de pie, le bloquea el sol.  El desconocido gira la cabeza, la mira a través de sus gafas de sol. Sara pregunta: “¿Está ocupada esta silla?” Y antes de que el desconocido pueda contestar, se sienta.

    “Así que Tokyo ¿eh? ¿Me llevas contigo?”

    “¿No tienes exámenes o algo así?”

    “No, acabo de terminar.”

    “¿Y para celebrarlo decides ir a Tokyo con el primero que te cruzas?”

    “Es mejor que viajar sólo, ¿no crees?”

    “¿Qué te hace pensar que voy sólo?”

    Sara se levanta, le ve interesado, pero el juego de las preguntas empieza a aburrirle, así que decide lanzar su envite.

    “Está bien, si no quieres que te acompañe me iré.”

    Se da la vuelta, al momento una mano agarra su muñeca. El contacto envía un escalofrío por todo su cuerpo, una extraña mezcla de excitación, miedo y victoria.

    “Espera,” dice el desconocido, “deja que te invite a algo”

    El desconocido le hace una señal al camarero, indicándole que traiga dos cervezas. A Sara le descoloca un poco que ni siquiera le pregunte, pero era lo que iba a pedir de todas formas así que se sienta.

    “¿Cómo te llamas?” pregunta el desconocido.

    “Sara”

    “Sara, encantado. Me llamo Luis. Deja que te pregunte algo. ¿Tú prefieres ser cazadora o presa?”