Toc
toc
Retumba
una puerta en el fondo de mi cabeza.
Me
asomo a abrir.
-Hola.
¿Qué tal? Venía a traerle un paquete. Firme aquí por favor.
Firmo
con letras grandes y estilizadas. Nunca he escrito así, pero tampoco
voy a firmar de verdad por un paquete que no me corresponde.
-¿Qué
hay dentro? -pregunto.
-Sólo
un poco de melancolía.
Abro
el paquete y caigo dentro de él, hasta su fondo de arena y sal y
romper de olas infinito. Brilla un fuerte sol de invierno en esta
caja. Tras de mí, una muralla. Al frente, un espigón. A la derecha
una cuesta que sube hacia la niebla impenetrable, a la izquierda una
roca cuadrada. La roca-barco, la llamábamos hace ya una eternidad.
Una
figura sentada en la roca mira hacia las olas. Viste con una sudadera verde y vaqueros, una pequeña mochila de piel a la espalda, larga
melena.
Maldita
caja de melancolía.
Miro
hacia la niebla y de nuevo a la roca. La figura ya ha desaparecido.
La niebla se levanta.
Levanto
la cabeza y oigo el portazo al cerrar en las narices del pobre
mensajero. Tiro la caja lejos, muy lejos. Con ella se va todo, se van
todos, se queda la nada. Me acoge, me acaricia y me susurra al oído
que todo irá bien. Me conforta, me arrulla y me dice que ya ha
pasado.
Ya
ha pasado. Ya vuelve la nada.