viernes, julio 01, 2011

El marco


El marco
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Julio 2011

Abre los ojos y ahí está, en medio de dos parajes completamente separados. Imagina que es un sueño, no puede concebir que haya un lugar así en el mundo. No puede ser real, no lo es.

A su izquierda se extiende un campo extenso, que por los cortes a pico nevado de un lejano horizonte parece estar en un valle. Si es así, es un valle inmenso. A su izquierda hay hierba verde hasta donde alcanza la vista. No hay nubes, pero la hierba conserva la humedad reciente tras la lluvia. O tal vez tras el amanecer. Se siente como amanecer pero es imposible saberlo, porque en el basto azul sin mancha no hay sol. Algún que otro matorral crece, algún que otro arbusto, y casi donde ya se pierde la visibilidad hay árboles que paulatinamente se juntan para formar un inmenso bosque. Siente la tentación de echar a correr, riendo sólo por la hierba, descalzo, sintiendo la humedad, y entonces ve algo más adelante, lejos de él pero cerca de la línea imaginaria que separa los dos parajes: un pozo. Entre dos matorrales, a la izquierda de la línea, un pozo. Quiere acercarse a mirar, pero en un segundito, antes quiere ver qué hay al otro lado.

A su derecha un océano de arena, salpicado por rocas y rodeado por una lejana hilera de montañas. A lo lejos las rocas empiezan a poblar más y más el desierto, hasta que al fondo parece empezar a crecer un complejo de cañones y agujas que algún día tuvieron que ser la base de un lago de infinitos islotes. Antes de llegar a los cañones hay una pequeña mancha verde que parece haber resistido impune lo que el resto del paisaje no pudo. Sin embargo no parece sentir calor en la parte de su cuerpo que aún reside ahí, y el cielo tiene una extraña tonalidad rojiza. La temperatura sugiere que ha habido calor ya, que el espacio ha sido caldeado por horas antes de que él lo viese, le invita a un rato agradable de tranquilidad mientras se adentra en el resguardo de la cueva formada por alguna de las rocas del desierto. Algo le sugiere paz y tranquilidad.

Sigue las montañas y se unen con el otro paisaje, parece que sí es un valle, con dos demarcaciones diferentes. A lo lejos, al final de la línea que separa hierba y arena, parece haber otra línea vertical que divide en dos las montañas, dándoles aspectos diferentes. A un lado rocosas y áridas, al otro boscosas y de nevados picos, con apenas una línea de separación entre ambas. Sigue esa línea de separación y se da cuenta de que no termina, de que le hace girar la cabeza hacia arriba hasta que se da cuenta de que mira al cielo, de que tiene que dar media vuelta para seguir al otro lado y ver cómo vuelve a dividr las montañas, esta vez desierto a la izquierda y picos nevados a la derecha.

En lo que antes era detrás de él, a cierta distancia siguiendo el ecuador en que estaba y ligeramente desplazadas a la izquierda dos rocas ocultan pobremente un pozo. Ahora frunce el ceño. Este segundo pozo le tienta tanto como el primero, y siente el dilema de no saber decidir cual prefiere.

Cierra los ojos, y sin contar las vueltas empieza a girar una y otra y otra vez. Cuando la confusión ya le puede los abre de nuevo, se tambalea. Está en la dirección a la que miraba originalmente, prado a la izquierda, desierto a la derecha, matorrales adelante. Con el equilibrio más o menos estabilizado le dice a sus piernas que echen a andar, pero siguiendo la línea. La mezcla de sensaciones le está gustando. Sentir por un lado el frescor de la noche que llega calmando el árido calor del desierto y por el otro el calor de la mañana borrando la gélida noche que se va. La confusión que esto le crea a sus terminaciones nerviosas le hace sentir extrañamente vivo.

Cuando por fin llega a la altura del pozo decide que ya es hora de entrar. Se da cuenta de que le han parecido horas andando que han pasado en un instante. El cielo no ha cambiado en ninguno de los dos lados, sigue rojizo hasta la línea, y azul brillante al otro lado. Se gira hacia el azul y se acerca al pozo.

Oye una voz, viene del pozo. Pero está seguro de que no por el aire, tan sólo suena en su cabeza. La voz le dice que salte, que así entenderá lo que comprende este paisaje, lo que implica, lo que significa. Lo verá de lejos y de cerca, admirará todos sus detalles. Salta, le dice. Éste es el camino.

Mira en el pozo pero sólo ve negrura. No hay que tener miedo, se repite, pero no puede evitar sentir la punzada. Incluso aceptando que no puede ser real, se hace imposible no sentirlo como tal. Se complica cuando entra en juego su instinto de supervivencia. Pero consigue acallarlo lo suficiente para saltar dentro del pozo.

Y empieza a caer, rodeado tan sólo de negrura, sintiendo la aceleración, un aire húmedo que asciende hacia él, le frena, le golpea, le acaricia. En la caída roza alguna vez las paredes, siente un rasguño en el brazo, un golpe en la rodilla, una contusión en el cráneo, un golpe en la sien. Siente el dolor, pero el frío aire que sube lo apacigua. Siente la cálida humedad de la sangre resbalando desde su sien a su mejilla, bajando por su nuca, recorriendo su brazo, pero el aire la seca y la envía hacia arriba mientras él permanece estático en el túnel de oscuridad. Son las paredes las que se mueven, y el vertiginoso viento de la caída lo que le cura las heridas.

Al poco vuelve a ver la luz, debajo de él, acercándose y creciendo. El pequeño punto crece inesperadamente rápido, no quiere abandonar aún el abrazo de la negrura pero sabe que no queda otra. Al salir por la apertura inferior del pozo ve que la luz viene de una composición extraña, un círculo, la mitad verde y la mitad amarillo, con una línea que los separa, y dos arcos partiendo de la línea diametral, uno blanco rodeando al verde y otro marrón bordeando el amarillo. Mientras se acerca empiezan a distinguirse más colores, la gran mancha verde oscuro de un bosque a un lado, puntitos marrones que se acercan y forman las extrañas líneas de cañones en el otro. Ya está demasiado cerca, la línea empieza a ensancharse. Parece que va a estrellarse contra ella a medida que crece, aunque el paisaje de abajo aún parece lejano, pero la atraviesa. Una vez la sobrepasa ya no ve los bordes del círculo, sólo un suelo mitad desierto y mitad prado que se acerca más y más rápido. Y antes de darse cuenta, el suelo se abalanza sobre él. Intenta girar, para caer mirando al cielo rojo-cielo azul. Extiende los brazos y deja que el suelo le atrape. Y cae. Y cierra los ojos. Y muere. Y olvida. Y abre los ojos. Ahí está.