viernes, junio 24, 2011

El reloj


El reloj
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Junio 2011
Pablo mira su reloj.

No sabe por qué, ni siquiera se fija en la hora. Es sólo un acto reflejo, un pequeño remanente de una vida que ya no existe para él. Hace meses, posiblemente años, que su reloj no funciona.

Pero Pablo mira su reloj y se pregunta si es posible desligarse completamente de todo lo que uno ha sido, de lo que ha vivido y aprendido. Se pregunta si se pueden desaprender los hábitos, costumbres, vicios y virtudes de toda una vida en sociedad.

Aquí, en este lugar, el tiempo no significa nada. Aquí, en este lugar, no aplican convenciones ni reglas conocidas. Pero Pablo mira su reloj, y se plantea cambiarle la esfera para que en lugar de números sus agujas apunten a ideas, a estados de ánimo, a momentos de perfección que duran un microsegundo pero que dejan un sabor dulzón en su cerebro que dura una eternidad. Si ese reloj sirviese para algo, allí donde está, sería para indicar el progreso de su mente.

El reloj no funciona, no hay modo de darle cuerda o batería. No tiene un tic-tac que marque el ritmo a seguir. No le ata a un flujo de acciones predeterminadas. Pablo podría moverlo a su antojo, con su nueva esfera, de modo que el reloj marque en cada momento lo que debe marcar, lo que realmente significa. Su reloj podría marcar lo que él quisiera.

Pablo vuelve a mirar el reloj, y sonríe.

miércoles, junio 08, 2011

Propiedad privada


Propiedad privada
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2010
“¡Quieto parao! ¡Estás en propiedad privada!”

Detuve mi caballo y miré abajo, al negro agujero del cañón de una escopeta de caza que intentaba apuntar a mi pecho entre los temblores de la anciana mano que la sujetaba. Siguiendo la longitud del cañón me encontré con una cara curtida, desgastada, cascada por el viento y el sol del campo, de la que asomaban unos brillantes ojos azules que me miraban con aire de sospecha e intriga.

“Amigo” dije “Ya no existe eso que llamas propiedad privada. ¿Cuánto hace que no vas al pueblo?”

Bajó el cañón y ahí se quedó, estupefacto, con la mirada fija en el culo de mi caballo.

martes, junio 07, 2011

Charlando con el coronel


Charlando con el coronel
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2010

-No entiendo cómo puede seguir viviendo aquí, coronel.

-Qué no entiendes. Llevo toda la vida viviendo aquí, ha sido el único sitio fijo que he tenido de todos por los que he pasado. Los jóvenes como tú tenéis ese problema. Nunca habéis vivido la disciplina. Nunca habéis buscado raíces. Os lo dieron todo hecho y ahora no sois más que una panda de desarraigados, desagradecidos, que nunca valoraron la facilidad de su vida.

-Es por esa amabilidad característica suya por lo que no habla ya con su hijo. ¿Nunca lo ha pensado?

-No me hables de él. Él nunca escucha. Tú serás un desgraciado pero al menos me escuchas.

-Le escucho pero no le hago caso, coronel. Lo sabe usted bien. No se puede uno pasar la vida juzgando a los demás de acuerdo con los estándares de tiempos ya pasados.

-Lo que no se puede es vivir sin un credo, sin una base, sin estabilidad, sin un anclaje familiar. Al menos yo sé dónde estoy, quién soy y cuál es mi lugar en este mundo. Esta casa, antigua y olvidada, como yo. Mi tiempo ya pasó y sólo queda esperar el frío abrazo de la muerte. Tú, sin embargo, desperdicias tu vida completamente. Estás completamente perdido, sólo vives por el sabor del alcohol y el abrazo de cualquier mujer que se cruce en tu camino. Y para colmo, ni siquiera eres capaz de amarlas como es debido. Te amas demasiado a ti mismo, a tu independencia.

-Las cosas no siempre son lo que parecen,coronel. No tengo esa garantía de estar siempre en lo cierto y que el resto del mundo se equivoque, se tenga que adaptar a mi visión.

-Bah, déjame. Soy viejo, juzgar al mundo con mis ojos es todo lo que me queda. He vivido lo que tenía, he tenido a mi familia y, aunque sólo me quede un hijo que ni siquiera quiere verme y el recuerdo de una esposa que me amó y respetó tanto como yo a ella, sé que mi hijo será un buen hombre.

-Tal vez debería decirle eso a él. Antes de que se acabe su tiempo.

-Si se lo dijera, se lo creería. Se acomodaría.

-Y si no se lo dice, cargará con la culpabilidad de no haber cumplido con las expectativas de su padre durante toda su vida.

-Todos tenemos nuestra cruz.

-Como usted diga, coronel. Yo por mi parte, tengo que marcharme ya. Me espera el sabor del alcohol y el abrazo de la primera mujer que me cruce. Siempre que no sea esa enfermera de la verruga.

-Lárgate ya, maldito.

lunes, junio 06, 2011

Berlín


Berlín
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Noviembre 2010
¿Qué coño hago yo en Berlín?
“Si lo supiera, todo sería más fácil”.Creo que no hay frase más desgastada que ésta.
Pero al bajar del avión se unen esas sensaciones, esas preguntas tan quemadas y repetidas. Al recapitular las respuestas aparecen en la palma de la mano, pero para verlas hace falta serenidad, y esta amiga tiende a escabullirse con facilidad.
La pregunta viene acompañada de un suspiro, y el suspiro de una carcajada resonando en mi cabeza: ¿Qué coño hago yo en Berlín? No lo sé, pero voy a averiguarlo.

En el TXL hay una chica enfrascada en su móvil. Toda una generación así. Me recuerda un poco a la imagen que tuve en su día de Berlín. Desnuda, acostada en mi cama. Podría pasar, pero sé que no. Hay cosas que es mejor dejar enterradas. De todas formas es inevitable ver sus ojos, su sonrisa, sus curvas en cada chica que me cruzo. Es Berlín, era inevitable pensar en ella.

Puede que por eso viniera aquí, para cicatrizar ese algo. Para desmitificarlo. Un paseo por Friedrichschain con algo de comer ayuda, y con una cerveza aún más.

Así que entro en un bar. Un bar heavy. Videos de Cristo y blasfemias varias que hacen que me ría de todo el que se las cree demasiado. Crucifijos invertidos, maquillaje, merchandising, imagen, mierdas varias. Otros van a la Iglesia.

La chica de la barra se fija entre mis ojos. Respira Berlín Este. Pelo corto, negro, mechas moradas, dos mechones a pico rodeando una nuca desnuda con un tatuaje de una estrella. Invita a una historia, a una aventura, a una experiencia por vivir.


Despierto sudoroso e intento reconocer el techo. Miro el reloj. Las 5 de la mañana. Perdón, las 4. Miro las sábanas, las cortinas, las paredes. Miro una estantería llena de libros que no conozco en un idioma que por familiar que me resulte no es más que un trabalenguas para mí. Hay una suave luz roja, viene desde una lamparita en la mesilla de noche cubierta por un pañuelo. A mi lado la figura delgada, cubierta hasta la cintura, espalda tatuada vuelta hacia mí. Estudio los tatuajes un segundo, los esbozo con mis dedos sin llegar a tocarla, y mi mirada se pierde en la curva de su cintura, sigue su contorno hasta un mechón de pelo y descubre una nuca con una estrella dibujada.

Y qué coño hago yo en Berlín...

Queriendo evitarle la incomodidad de amanecer con un extraño me visto sin hacer ruido y me marcho del piso. Grandes aventuras, puede, pero dura el mal sabor de boca que me dejó esta ciudad antes de conocerla.

En el camino al hotel sólo puedo sonreír. Respirar, sonreír, fumar. No es el THC. No son las endorfinas. Es un aire de esta ciudad. Es la chica que pasa sonriente en su bicicleta. Es la relajación de las terrazas y los cafés, de las conversaciones entre grupos de amigos sonando de fondo. Es respirar la vida de Berlín.

Durante todo el día me dedico a recorrer la ciudad, a caminar de un lado a otro empapándome de todo lo que me rodea. En mi cerebro bombean ideas nuevas a cada paso, tantas que se convierten en inteligibles, son sólo voces de fondo diciendo un millar de cosas a la vez mientras paseo, relajado y tranquilo y dejando que fluyan. Después de más de diez horas caminando, parando sólo para comer algo, vuelvo al hotel. Después de lo que parece un millón de pasos y un billón de ideas.

Un amigo solía decirme: “Quien no sabe estar sólo es porque no sabe estar consigo mismo.” Siempre me acostumbré a la soledad, y estar conmigo mismo, aunque resulte a veces cansado, aunque en rachas se vuelva excesivo, siempre fue un bien necesario para mí. En este momento, es la paz necesaria, es claridad mental. Es salir de un ambiente donde rodeado de gente nunca estoy a gusto, y verme en otro lugar donde apenas conozco a nadie y nadie me conoce, donde sólo estoy yo. Cinco días, un bien necesario.

Ya llegarán los tiempos de echar en falta el contacto humano. Ya llegará el momento de buscar a alguien con quien compartir mis ideas. Ya llegarán otros momentos para pensar que, a pesar de todo, hay algo bueno en las personas. De momento me conformo con ver algo bueno en el mundo.